"Fragmentos de basura" por Ingrid Solana

Fragmentos de basura

Ingrid Solana



(Una fosa con restos óseos fue localizada en un basurero de Cocula, a unos 15 kilómetros de Iguala, Guerrero.)

La palabra “basura”, señores y señoras, es una palabra de múltiples colores, pero el más acertado, el que la define, es el color de la diarrea clara; marrón espeso sumergido en su propia expiración rencorosa.

La palabra “basura”, señoras y señores, es burda; insignificante en los vasos comunicantes que día a día la contienen, desabrida frente a los múltiples objetos indiferenciados que nombra; la palabra es enjuta y opaca; destruye la particularidad de la materia con su aspecto totalizador.

Ingrid Solana
La palabra “basura”, señoras y señores, designa desecho, podredumbre, hedor y purulencia; lo que es necesario botar, aventar, suprimir, extirpar, destruir, aniquilar. La palabra “basura”, a veces, se parece tanto a un verbo en infinitivo, que sería necesario doblarla de tal modo (al modo de los verbos que, flexibles, se encorvan como gatos ovillados), hasta que desprendiera su médula blanda y no representara la generalidad pasmosa de un sustantivo petrificado.

La palabra “basura”, señores y señoras, es ruin pero no tanto, en forma de insulto suena, en forma de insulto suena ridícula.

En forma de insulto padece una incapacidad real de insultar. En forma de insulto pretende minimizar al otro, pero suena ridícula.  

La palabra “basura”, en un contexto familiar, cuando se sumerge ligera en la vida cotidiana, con su tintineo insignificante, abrojo del lenguaje casi sin sentido, palabra total porque designa un todo, pesa inocente encima de la boca que la pronuncia, porque la boca que la pronuncia está deslindada de la palabra “basura”, y la dice como quien respira, huele, toca, siente, sin más objetivo que utilizarla en el descarnamiento, porque las palabras no son carne dichas así, aventadas al aire de un oído distraído que las pesca y vuelve a dejarlas libres en el mar de las palabras.

El lenguaje es una hermosa extinción en superficie, apenas si acaricia aquello que nombra; el lenguaje es piel y vestimenta, el fundamento de la carne.  Todas las palabras tienen, por eso, una facultad para raspar, sobre todo, la palabra “basura”, a veces, cuando no da en el blanco.

Se dice “basura” en el habla habitual como si nada; una palabra que cae al vacío de la utilidad, que se realiza en beneficio de un propósito, que se regodea unos segundos en su expresión; cuando el otro la escucha, la contempla inocente, como si en ella nada se escondiera; la palabra desaparece como todas aquellas que se exponen en la dimensión única de la comunicación distraída. Fuego artificial extinto. Lenguaje pulverizado ejecutado en un segundo, presto a la evanescencia, insignificante por no tener grosor ni dimensiones.

A veces, sin embargo, se dice la palabra “basura” y algo sucede en la explosión de su contexto, no importa si está por escrito o no, si tan solo, si tan solo las palabras, a veces, muy tímidas veces, son dichas en medio de un espacio sin límites y caen pesadas dentro de la lengua que las acoge, oprimiendo las letras y las consonantes, esclavizando al lenguaje entero, domeñándolo sin compasión, colocándolo en la frontera, precisamente en el límite del territorio, cuando las palabras lo dicen todo, de tajo, descarnadamente, con su luz dolorosa. Allí, en el interior de esa palabra, se esconde toda la historia de la palabra “basura”, recolección radical de todos sus sentidos.

La palabra “basura” cuando reverbera esplendorosa en toda su oscuridad contenida, aventando su verdad cadavérica (un cadáver metido en una bolsa de plástico, guardado en un contenedor; unos huesos humanos, tirados a la basura como el desecho más abyecto: un pedazo de papel de baño manchado con mierda diarreica), es un cuchillo que amenaza a los vivos, no como si, no como si fueran a perder la vida, sino de esa otra manera en la que el ser humano ya no se reconoce, ya no volverá a ser el mismo nunca, porque el horror se ha detenido en su cara y en sus ojos y en su boca, y su lenguaje, su lenguaje es atrocidad escondida, disimulada en la transmisión “inocente” de los hechos  y ese ser humano se acostumbra a utilizar la palabra bárbara y caníbal como si nada, a aventarla cual plástico, servilleta, desecho de comida, que no importa, nunca importa, el papel se recicla y las botellas de plástico y toda la mierda consumida una y otra vez, una y otra vez. El mundo reciclado.

Nadie se reconoce en la acción de tirar a la basura un cadáver, no importa si es cadáver conocido o si no es el cadáver de mi hijo. ¿Podría ser el de mi hijo? Cadáver tipo basura. A reciclar cadáveres entonces cuando florezcan de esta tierra.

La palabra “basura”, señoras y señores, se ha manchado de cadáver, y la próxima vez que alguien diga: “basura”, “basurero”, “basural”, “basurilla”, “detrito”, veré (veremos) esa mancha, la huella de una acción que no se borra. Hay cosas que se desvanecen, que desaparecen, pero la palabra “basura” no se borra, ¿se recicla?, díganme, ¿de qué manera es posible olvidar un cadáver tipo basura o la palabra del cadáver vuelta la basura? ¿Cómo se reciclarán los cadáveres basura?

¿Qué hacer con los cuerpos vueltos basura, agraviados por los asesinos que los convirtieron en desperdicio vivo? Los vivos convertidos en basura, no los muertos, los vivos que, asesinados, terminan así, en los basureros: no los muertos. Nunca los muertos, sólo los vivos. Sólo de los vivos es posible tanta basura, sirva este ejemplo de palabras lanzadas a la violencia de la nada.

Ingrid Solana (Oaxaca): Publicó los libros de poesía De tiranos (2007, Limón Partido), Contramundos (Instituto mexiquense de cultura, 2009) y su libro más reciente de ensayos literarios Barrio Verbo (Fondo editorial Tierra Adentro, 2014). Actualmente estudia un doctorado en Letras en la UNAM.


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