Poetas oaxaqueños


José Molina, Israel García, Enna Osorio, Saúl Díaz Parra, Óscar 
Tanat, Mahra Ramos, Jesús Rito García y Didier López Carpio 
durante la presentación del libro el 2 de junio en Oaxaca. 
Desde el fondo de la tierra,
poetas jóvenes de Oaxaca

Araceli Mancilla


Veintidós poetas mujeres y hombres en un rango que va de los veintitrés a los treinta y siete años de edad son los habitantes de este poemario. Si queremos encontrar en ellos un rasgo en común estaría en el carácter circunstancial de lo que nombran. A pesar del título que los reúne, la tierra desde la que hablan sus escritos no es plenamente reconocible. Encontramos el mar, la casa en el pueblo, el mercado, la estación de autobús, la cantina, la ciudad pero sin que sean el paisaje o el lugar los protagonistas. El taxi, el estudio, la alcoba, el teatro, el cine e incluso un burdel son ámbitos de discursos donde predomina la intimidad, el pretexto para que el yo meditabundo o exaltado exponga su deriva, a veces con voz inocente o lírica, otras con desenfado y estridencia.

      Estas poéticas hacen referencia indirecta a un contexto social y como alusión literaria alguna marginal de Garcilaso, Cortázar, Carilda Oliver y Triztan Tzara (para ilustrar, por ejemplo, un poema compuesto con ánimo dadaísta). La realidad inmediata se aborda tamizada por la cultura popular, por la ironía, el sentido del humor  ––rozando lo negro–– y ciertas nostalgias de familia. Junto al erótico el tema más frecuentado es el amoroso. Una visión decadente del entorno es constante junto a la del hastío. El énfasis se consigue en ocasiones con acento pornográfico, remisión a la violencia sexual y mordacidad. En otras el lenguaje concentra gracia y sutileza como en los versos de Yendi Ramos; o gravedad y hermetismo, como en los de Enna Osorio.
   La apuesta formal en general es por una retórica sencilla. En ciertos poemas, sin embargo (de Marisol Jiménez Cruz, Óscar Tanat, Eduardo Santiago Gijón y Jesús Rito García) las rupturas o búsquedas de cambio en los distintos planos lingüísticos son evidentes y adensan el sentido de los textos. En un deslinde de solemnidad refrescante, el aire a lo Bukowski ronda los poemas de Saúl Díaz. De tono más introspectivo, trazadas con precisión, son las reflexiones de Óscar Cid de León, Juan Pablo Vasconcelos y José Molina.
   En suma, en estos poemas de la tierra se percibe una poesía de la cotidianidad, del instante, del estar en el mundo que deja su rastro captado al vuelo. Después de leerlos queda la sensación de entrar en algo fugaz que se apresa mientras corre la vida. En esa medida las siete mujeres y los quince hombres que componen el poemario son poetas de su presente. Han construido el poema lejos de la abstracción. Este sucede. Su rasgo es testimonial. Sus creadores expresan la poesía como un acontecimiento donde otra realidad aparece mientras los traspasa la experiencia. Sin sofisticaciones fuera de la sola escritura, ocurre de pronto la cuchillada que quiere sangrar la estética circundante. Desde el fondo de la tierra parecería señalar entonces un espacio espiritual más que físico, un converger en este mundo digital y caótico desde un territorio inútil, improductivo pero de honda e indispensable rebeldía, el de la desnuda poesis.

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